Lo que el hombre no entiende es que nada le pertenece.

Plaza Basílica de San Francisco, La Paz (Bolivia) 2017

A veces hay que escuchar los momentos de inspiración para poder escribir, porque es lo único que te queda en un mundo (de hombres) que parece estar empecinado en quitarte la voz de una forma u otra.

Digo ‘quitarte la voz’, porque vivimos en un mundo muy hipócrita, en el que la ética y los valores que en algún momento los grandes pensadores de esa asignatura perdida (la filosofía), el mundo actual nos ha quitado. Pocos debemos ser los que nos aventuramos a gritar alto las cosas (sea escribiéndolas o manifestándolas de otras formas), y si lo haces, te llaman ‘intensa’. Supongo que la hipocresía es otro virus que ha terminado matando de manera silenciosa las verdades que nadie es capaz de pensar y debatir.

Me vais a preguntar por qué he puesto la imagen de estas grandes señoras, las cholitas, allá por Abril del año 2017, en una manifestación (ya no sé si religiosa, política o ambas) pacifica. Vestidas de blanco. Una de las cosas que más me llamó la atención de este país es la fuerte presencia del Matriarcado en su más plena acción. En las calles, en sus negocios, en su día a día, en cada rincón de aquel país. Aprendí tanto en aquel mes, que al día de hoy me sigue marcando.

¿Sabéis por qué me marca tanto? Porque en el mundo en el que vivimos las mujeres, que supuestamente somos la base de toda esa creación que el ‘hombre’ tanto admira, somos las más marcadas por las consecuencias de las cosas ‘mal hechas’. Y esto va más allá de los movimientos sociales, del feminismo, y todo lo que hoy en día debatimos en casi todas partes, pero en verdad, en la práctica real, ni la cuarta parte, somos capaz de solucionar para mejor (ni muchas mujeres, ni los hombres). Los que hoy en día critican cierto tipo de movimientos, y aquellos que lo utilizan para uso personal de sus propias ‘guerras’, no tienen ni pajolera idea de lo que significa ‘luchar’ por algo, sin llevarte a nadie por delante. Se puede luchar, sin llevarte a nadie por delante. Sin matar.

El hombre nunca va a aprender a respetar lo suficiente la otra mitad de su existencia. Y si así fuese, entonces creo que aprendió a luchar dignamente contra su propio ego.

El otro día leyendo y marcando unos apuntes sobre algo en lo que estoy trabajando (para un proyecto, que espero desenvolver a finales de año), me di cuenta de la cantidad de atropellos sociales, físicos y psicológicos a veces que se han creado hacía nosotras. No solo producidos por los hombres, pero también infundados por ciertas mujeres (una especie de pez que se muerde la cola). Porque, tristemente, hemos aprendido muchas a aceptarlo y adaptarlo a nuestro mundo como algo ‘normal’. Cuando no existe validación ninguna para ello.

Somos seres humanos, pero seguimos siendo tratadas con todo tipo de adjetivos, calificativos y comportamientos inaceptables. Incluso para aquellos que dicen ser los ‘aliados’, los ‘compañeros’, los ‘amigos’ de nuestro espacio, de nuestro mundo, de nuestros sentimientos, nuestros sueños, nuestras batallas… sabemos y hemos sentido como una sola acción o palabra fuera del respeto y el amor que esperamos que sea recibido de igual forma, nos ha tirado por el suelo (de forma metafórica y no tanto).

Vamos a ser siempre las primeras en recibir los daños colaterales de cada decisión de mierda que ‘otro’ hombre hará, desde su conveniencia. Las guerras, por ejemplo. Las historias personales de cada una de las mujeres que nos rodean (las abuelas, las madres, las compañeras, las amigas, las hijas…). Un día somos las musas, la inspiración, las necesarias… pero también somos el juguete más a mano (el sexual y el psicológico), el más valioso del ego de un hombre. Por eso, cuando una de nosotras no está dispuesta a luchar ese juego ‘tonto’ contra el ego, somos ‘la amenaza rara’.

Nos consume una mentira social de muchos conceptos. Nos consume la mentira social de lo que significa ‘amar’, del ‘respeto’ y de quien somos y a donde pertenecemos. El ego del ser humano es tan tóxico (porque es como un niño con heridas no curadas), que con el afán de poseer lo que no le pertenece, lo quiere todo o nada, a toda costa. Arrebatando todo a su paso y por la fuerza, lo que mejor le conviene.

No nacemos sabios, crecemos para ser más sabios. Es gracias a las vivencias personales, a las de aquellas personas que me han inspirado, que me permite marcar los estándares de ‘aquello que te mereces en la vida’. Y lo que en realidad nos merecemos es un claro respeto. Querer es dejar ser y viceversa.

Por eso es tan importante seguir educándonos en reflexionar nuestras acciones, para poder pasar mejores valores a las generaciones futuras. La auto-reflexión es lo mismo que ir a terapia, solo que te sale gratis (y no te hace ni más ni menos inteligente, pero más sano mentalmente).

Esto hubiese sido mejor haberlo escrito hace una semana, cuando todos/as celebraban el Día Internacional de la Mujer, pero talvez deberíamos celebrar los días de nuestra vida (unos más que otros), como el día en que pudiésemos amar, respetar y ser compasivos con lo que nos rodea. Para dejar de utilizarnos, de tratarnos como objetos. Porque nada, ni nadie, nos pertenece realmente.

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